El fútbol nacional se volvió a topar con la misma pared: con esa que constantemente nos devuelve a nuestra triste y penosa realidad. Y la encargada de bajarnos de las nubes, en las que engañosamente nos ponen algunos “colegas-fanáticos”, fue la Selección “B” de Panamá.
El equipo canalero vino al Doroteo Guamuch y se encargó de recordarnos que, ni por asomo, estamos en el nivel o en el grupo que algunos “fanáticos-periodistas” intentan poner a nuestra Selección.
No. Estamos lejos y muy lejos, ya que Panamá ha crecido mucho y nosotros nos quedamos estancados gracias a las gestiones de los anteriores federativos, que lo único que hicieron fue retroceder la evolución de nuestro balompié.
Lo del miércoles contra Panamá no fue, ni más ni menos, que la confirmación del penoso momento que vive nuestro fútbol, originado por aquellos malos recordados dirigentes y por los actuales conductores de los equipos “profesionales” que siguen empecinados en conformar planteles mediocres y que brillan pero en una liga nacional igualmente mediocre.
La Selección seguirá mal hasta que los equipos –que son los encargados de nutrir y formar a los futbolistas- no cambien su mentalidad de feria de pueblo, que se basa en armar equipos para ganar un trofeo.
No hay formación de jugadores y los pocos que van consolidando en sus fuerzas básicas ellos mismos los liquidan y los bloquean, ya que no los promueven para sus primeros equipos y prefieren contratar “paquetes” de extranjeros con el objetivo de ganar títulos. No les interesa nada más.
Panamá, Costa Rica y Honduras, que han evolucionado mucho en los últimos años, se dieron cuenta que con ponerle atención a sus fuerzas básicas y promover la mayor cantidad de sus jóvenes talentos eso les generaría dinero para venderlos al extranjero y, por ende, abastecerían de jugadores de gran nivel a sus distintas selecciones.
Aquí no. Aquí se siguen armado equipos semi-profesionales (algunos de ellos que son reforzados y apoyados por cuestionados dirigentes para ascender a la Liga Nacional, pero luego no saben qué hacer y los dejan a la deriva), y que juegan en una liga poco competitiva que cada domingo proyecta partidos deprimentes y para el olvido.
Ese es el gran problema del fútbol nacional. Hasta que los equipos no entiendan que deben conformar verdaderos cuadros profesionales y que busquen competir con los jugadores que están formando en sus fuerzas básicas esto no va a cambiar.
La Selección seguirá recibiendo en cada convocatoria jugadores que en la Liga Nacional brillan y se desempañan a lo grande por las facilidades que les brindan los rivales -enmarcados en una liga mediocre-, pero cuando disputan partidos como el del miércoles contra una evolutiva selección panameña (no estoy diciendo Estados Unidos, México, ni mucho menos Argentina o Uruguay) se topan con su triste realidad.
Los jugadores luchan y quieren, ya que contra Panamá los seleccionados metieron pierna, intentaron por todos los medios posibles agradar a la afición con un buen resultado y lucharon con coraje, pero sus limitantes no les permitieron conseguir un buen resultado, ya que aquí en Guatemala el nivel competitivo es bajo y paupérrimo en cada partido de nuestra liga.
Y si a todo esto agregamos que el técnico de la Selección, Amarini Villatoro, tampoco es el Pep Guardiola que muchos colegas creen que es, la cosa se complica aún más.
Conociendo a dos integrantes del actual Comité Ejecutivo, estoy convencido que quisieran tener a un entrenador más calificado para iniciar la reestructuración que necesita nuestro fútbol, pero debido a que muchos presionan por la continuidad de Amarini lo han dejado, pero sería bueno traer un entrenador con mayor experiencia (el “Tolo” Gallego le demostró a nuestro entrenador nacional cómo se plantea un partido, por ejemplo) para comenzar el proceso no para Qatar 2022, sino para el Mundial de 2026.
Hay que trabajar a largo plazo con un técnico de mayor recorrido y que venga a trabajar con una Selección Sub-23 o Sub-21 para que dentro de cuatro años tengamos un equipo altamente competitivo.
De lo contrario, dentro de cuatro años estaremos hablando de lo mismo: de nuestro estancamiento y de nuestra triste realidad.